Hacer
un acercamiento a la Madre Nazaria Ignacia, su personalidad y lo que ella hizo,
puede ser una empresa de grandes dimensiones; lo haremos a través de las obras
que emprendió junto a sus Hermanas. Qué mejor que recurrir a la mejor fuente de
información que ella misma a través de sus diarios. Y como reza la sentencia:
Por sus obras los conocerán.
Cuando
inició su gran Cruzada de amor en torno a la Iglesia, aquel 16 de junio de 1925,
sintió que se trataba de una empresa que tendría que iniciarla sola y acompañada
con la fortaleza que Jesús le daba.
En
sus diarios, anotaba: "Siento una paz
íntegra, una dicha inexplicable en medio de la misma pobreza que me rodea. Me
encuentro por sólo tu amor, alejada de todos, sola, ¡sola!, pobre sin tener
nada, pero jamás me vi llena de alegría".
Cuando
uno se imagina la derruida casona que se le confió para aquella fundación, al
fondo un grupo de mujeres, a la entrada, Nazaria Ignacia en un cuartucho mal
iluminado... pero siempre con un pensamiento positivo del amor del Padre. Ella
meditaba así: "Nada me asusta, ni me
preocupa; sólo en El he esperado y no será mi confianza en El
defraudada".
Su
primera y principal preocupación fue la de mostrar la Misericordia de Dios a sus
hijos más amados, a los que ella también amó. Su atención se volcó a los hijos
más débiles; en este caso, a las niñas huérfanas, a las que acogió en su casa
para darles el calor de la cama y el alivio de los alimentos. La situación
social de la época así lo exigía. La mujer sufría una marginación en todo
sentido. No podían ni participar en la elección de sus gobernantes. Un artesano
que apenas si sabia firmar tenía más derecho electoral que una Adela
Zamudio.
Para
sostenerlas, solía recurrir a la limosna de la gente. No faltaban ocasiones en
las que la indiferencia y hasta el insulto la herían profundamente, pero sin
perder el aplomo, salía airosa de cada una de las ocasiones. En cierta
oportunidad, al pedir su limosna a
un señor, éste le escupió en la mano; Nazaria Ignacia, agarró esa saliva y se la
puso al bolsillo diciendo: "Esto es para mí, ahora déme algo para mis pobres"...
En otra ocasión, de otra familia recibió similar desplante; sin haber conseguido
nada, se dirigía a su convento junto a otra Hermana intentando abordar una
movilidad de servicio público; a la distancia, un señor que iba en un taxi les
llamaba insistentemente y les ofreció llevarlas, y desde luego no les cobró
nada. Al llegar a su casa, un grupo de niños pobres las rodeó con muchísimo
cariño; se les prendían al cuello; de estas escenas, la Madre Nazaria Ignacia
reflexionaba: "Entendí bien la lección:
los pobres eran la herencia que Jesús me daba; de ellos recibiría todo; en el
cielo y en la tierra. Con qué ánimo y a trabajar por ellos, para llevarlos a
Jesús".
En
otras ocasiones, sus andanzas para conseguir fondos para mantener su obra, la
llevaron a las Minas de Catavi; allí, aprovechó también para proclamar la Buena
Noticia del Resucitado. Del testimonio sacada de una de sus Hermanas, Catalina
Espada, sabemos que: "llegamos a Catavi,
y el Gerente que era extranjero estaba preocupado porque había tres máquinas que
no funcionaban a causa de la sequía. La misma noche que llegamos le propone el
gerente a Nuestra Madre, que si ella alcanzaba del cielo que lloviera para poder
seguir trabajando, le daría una buena suma. Nos pasamos la noche en oración y
repitiendo la jaculatoria: "Sagrado
Corazón de Jesús, en Vos confío...".
Cuando empezó a amanecer, sienten que estaba lloviendo; se levantan y
venía ya el rio con toda la fuerza de la corriente. Cuando más tarde fueron el
Gerente, él le dijo: "La felicito Madre, y tengo que cumplir mi palabra" Le entregó una fuerte suma con la que pagó
muchas deudas, pues todo lo habían sacado fiado, para amueblar la casa, de un
comercio que ayudó mucho a Nuestra Madre..."
No
es difícil imaginar la total y absoluta confianza que Nazaria Ignacia tenía en
su obra; es que ella estaba asida del mejor de los aliados para su monumental
obra: Jesús. Esa confianza se plasma en su diario con estas reflexiones: "Una paz continua sigue en mi alma; ni me
preocupa el éxito ni el fracaso; estoy completamente indiferente; trabajo con la
paz y calma; sin tener la menor preocupación, como un hijo que trabaja en la
casa de su padre, hace su porción de cada día y no se preocupa de más. Sigo
llevada; Jesús sabe cuán débil soy y que sola por mis pies, sólo lo que haría
sería tropezar y romper la delicadísima obra que ha puesto en mis manos; obra
que es suya; suya; simplemente soy aquí el telón tras el cual trabaja El"
En
1931, su mirada se dirige hacia un gran sector de la población que estaba siendo
afectado por la desocupación. En Cochabamba asume la fundación de la Asociación
de Obreros Católicos con el fin de capacitarlos y de algún modo, también
prepararlos para buscar empleo. En esa misma oportunidad, nace un grupo ligado
al Instituto de su formación: las Misioneras Ocultas.
Al
año siguiente, golpeada por la marginación y las pocas oportunidades que tenían
de enfrentar la vida, vuelca su atención hacia las mujeres: "Me pareció que Nuestro Señor quería se
fundaran los sindicatos Obreros Católicos en mujeres, le dije a Madre Inés
emplease todo su celo en éstos, también la Liga Católica de Damas" La
primera compuesta por mujeres de los mercados y lo que hoy llamaríamos las
trabajadoras del hogar. A ellas las capacitaban con las herramientas necesarias
de economía doméstica, corte y confección, cocina, bordado... lo necesario para
que puedan ganarse honestamente el sustento. Junto a la capacitación, mostrarles
el amor de Dios en sus Catecismos. A las segundas, mostrarles la misericordia de
Dios que se agacha para levantar del polvo al desvalido. Ellas fueron a la larga
las que ayudarían a construir el Reinado Social de Cristo.
Es
también por esos años que siente la necesidad de asistir al ejército cada vez
más creciente de desocupados con una obra que mitigara sus penas y su hambre:
los Comedores Populares. De uno de ellos el mes de octubre de 1930, Nazaria
Ignacia escribía: "El día 6 abrimos el
comedor de los pobres pues sabiendo, la gente se levantaba por hambre, decidimos
en nombre de Dios abrirlo... Que hermosa corte de andrajos humanos; pero El
tiene sus delicias con los pobres, con los desgraciados... Oh Jesús mío, cómo no
amarte hasta el delirio, hasta el martirio..." y más adelante reflexionaba:
"la obra de la olla del pobre, sigue con
un éxito colosal; se dan más de mil doscientas raciones diarias y aprovechando
el movimiento popular, les empezamos a dar una pequeña Misión..."
Cuando
se refiere a las obras que Nazaria junto a sus Hermanas emprenden, hace su
valoración diciendo: "a más de la
Escuelita-hogar de los Niños Pobres y del Taller de Corte y Confección, la obra
que más me gusta por ser la más necesaria, es la del Comedor de los pobres,
vienen muchísimos y se les ha dado una pequeña Misión..."
Los
tiempos son difíciles. El Dr. Hernando Siles está en el gobierno y se empiezan a
gestar descontentos a nivel político y social. Las movilizaciones masivas están
a la orden del día... el descontento cunde. Unos escritos de Nazaria Ignacia
narran de estos descontentos y su sensibilidad hacia los trabajadores queda de
manifiesto. Es el 12 de agosto de 1931; Nazaria está recién llegada a La Paz y
se apresta a colaborar con las labores de sus Hermanas en el Comedor Popular. "...Enseguida empezamos a organizar bien los
Comedores Populares. El 24 de este
mes se le dio mucha mayor amplitud a esta obra, que es tan del agrado de Dios, y
de tanta simpatía de los hombres. En uno de estos días, se presentaron un grupo
de obreros, que decían estar sin trabajo y muertos de hambre; llamé a las
Novicias y les dije si estaban dispuestas a dar su comida a los obreros, ellas
gustosísimas dijeron que sí, en el acto los hice subir a la cocina y bajar la
comida de nuestras Novicias, quienes muy fervorosas, las que les cupo en suerte,
sirvieron a los obreros. Ellos al marcharse me dijeron que hacer una
manifestación para protestar. Yo les dije que todo se podía hacer pero
sabiéndolo hacer y que yo tendría mucho gusto en acompañarlos. Al día siguiente
se me presentaron diciéndome iban a reunirse; entendí el Señor era gustoso que
yo fuera y les dije que yo, como les había prometido, sería muy gustosa de ir
con ellos, pero a la cabeza y siempre que ellos me ofrecieran obedecerme. Así me lo prometieron y con casi
trescientos (a mi me dijeron después que fueron como quinientos, pero yo no creo
que fueran tantos) nos dirigimos a la Prefectura y después a la Municipalidad.
Gracias a Dios, tanto el Prefecto como el Presidente de la Municipalidad, nos
atendieron en cuanto pedimos para los obreros. Al salir ya de la Municipalidad,
nos disolvimos todos, en perfecto orden..."
Ya
por esos años, empiezan a sentirse el malestar de la contienda. El Paraguay tomó
el Fortín Boquerón que posteriormente es retomado por los bolivianos. En 1933
estalla la tan temida contienda del Chaco. Nazaria siente que Jesús la llama a
dar fortaleza a aquellos combatientes que se dirigen a las candentes arenas. Y
allí están sus monjitas. Posteriormente, las enviaría a socorrer en los
hospitales y cuanto lugar hace falta.
Aquella
fortaleza de carácter la impele a mostrarse compasiva aún con los enemigos. Casi
al año de la fundación de su obra, tuvo muchos problemas con la gente que
azuzada por una de sus ex compañeras que querían lincharla. Parte muy activa y
protagónica tuvo un periodista que desde un diario local, la calumnió
enormemente al punto de obligarla a dejar su Oruro querido en forma clandestina.
El destino o tal vez Dios mismo puso a este periodista ante la Madre Nazaria
Ignacia en circunstancias diferentes. El escenario: Cochabamba; es un 22 de
septiembre de 1933.Ella narra así este encuentro: "Al llegar a la pista de aterrizaje y atender
como siempre hacen las nuestras, a los pobres soldados heridos que transportan
los aviones de guerra, quedé sorprendida al ver a uno cuyo rostro, aunque algo
desfigurado, me era conocido. Le pregunté quién era; dudó algo en decírmelo pero
luego, tapándose la cara me dijo: "ahora que estoy en sus manos, vénguese de mi;
soy Carlos Salinas..." Era el que escribió los artículos en La Patria cuando los
sucesos de Oruro. Enseguida le tomé por la cabeza y le estreché con toda la
ternura de mi alma, diciéndole: "Así nos
vengamos los que nos preciamos ser discípulos de Cristo" Viajaba yo sola con
más de veinte heridos, pero Carlos fue el objeto más especial de mis cuidados.
Al pasar por la cordillera, le di mi manta; él estaba impresionadísimo y me
decía a cada rato: "perdón, perdón, yo no la conocía...". Qué felicidad más
grande poder pagar con bien el mal que nos han hecho..."
Otra
escena que narra Nazaria Ignacia en sus diarios, nos pinta a la ciudad de Potosí
cuando en plena contienda está atendiendo a los heridos de guerra. Ella cuenta:
"...todo el día lo pasé atendiendo a un
soldadito que moría... aquella noche a las doce y media, casi a la una, lo
llevamos al depósito rezando por entre aquellos silenciosos campos. La luna
alumbraba esa tierra tan árida de los cerros de Potosí. El capellán militar y
cuatro religiosas lo acompañábamos en su entierro, rezando".
La
urgencia de las circunstancias, hicieron que aquellas religiosas también
acogieran a las inocentes víctimas de aquella guerra por nadie querida, los
huérfanos. De esa naciente obra, Nazaria escribía: "Vi al Prefecto y al Señor Obispo con motivo
del ideal que tengo de tomar en todas nuestras casas a los huérfanos de guerra,
ambos están muy decididos a ayudarnos.".
Motivaciónes
de reflexión:
En
1988, el Santo Padre proclama Sierva de Dios a Nazaria Ignacia, en todo el
prolegómeno que significaría su posterior beatificación: "Esperanza sembraron en vuestro país los
misioneros, que con el sacrificio de sus vidas dejaron en esta tierra del
altiplano las semillas de la fe, que con la gracia del Señor habéis conservado
intacta. De esto dan testimonio figura ejemplar como la hermana Nazaria
Ignacia". Juan Pablo II en Oruro.
También
diria: "La mirada de Jesús, que os confía
una misión sin fronteras, se dirige a todos los catequistas, educadores,
misioneros, laicos, religiosas, religiosos, sacerdotes y demás agentes de
pastoral, que buscan construir la Iglesia como misterio de comunión y como "sacramento universal de salvación".
Os invita a su vez a volver la mirada hacia la intrépida labor de los misioneros
y santos del pasado, para que, imitando sus actitudes evangélicas sepáis
afrontar las situaciones nuevas de la sociedad de hoy. Os invita de modo
particular a entregaros al servicio de los hermanos más humildes a ejemplo de la
Sierva de Dios Madre Nazaria Ignacia". Juan Pablo II en Sucre